Després d’escoltar les penoses explicacions
del senyor Artur Mas sobre el finançament il·legal de CdC (similars a les del
senyor Mariano Rajoy sobre el del PP), de sentir a dir al senyor García Albiol
que s’havien acabat les bromes al sortir de presentar al Congrés la reforma del Tribunal Constitucional, i de
llegir l’article del senyor Felipe González dirigit als catalans, ja havia
perdut tota esperança sobre la intel·ligència del personal. Menys mal que els
dijous, el senyor Suso del Toro escriu el seu article al Diario.es, que et
permet pensar que no tothom és imbècil a aquest país i que encara hi ha algú que no pensa que els seus
conciutadans són retardats mentals.
La crisis nacional, disparate a disparate
Hace unos días el periódico El País
publicaba en portada una carta A los catalanes de Felipe González y no le hizo
ningún favor al expresidente. Decía ser “a los catalanes”, pero no lo era; era
contra esos catalanes que quieren la independencia e iba dirigida realmente a
los españoles no catalanes.
La carta del expresidente del Gobierno no
pretendía que quienes hoy desean independizarse de esta España reconsiderasen
su postura sino descalificarlos a ellos y a sus dirigentes ante la ciudadanía
española. Porque es imposible que alguien pretenda realmente convencer a otras
personas faltándole al respeto y ofendiéndolas. González dice escribirle a
personas que participan de lo que llama “lo
más parecido a la aventura alemana o italiana de los años treinta del siglo
pasado”. Es decir, a fascistas seguidores de Mussolini o nazis seguidores de
Hitler. Escojan ustedes.
Ni que decir tiene que Mussolini y Hitler
sumados son el president Mas, que los tiene engañados “el señor Mas engaña a los independentistas y a los que han creído que
el derecho a decidir (…)”, y seducidos, ”en realidad tratan de llevaros, ciudadanos de Cataluña, a la verdadera
“vía muerta” de la que habla Mas (…)”. Y se pregunta: “¿Cómo es posible que se quiera llevar al pueblo catalán al
aislamiento, a una especie de Albania del siglo XXI?” Impresiona que quien
fue presidente del Gobierno de España tantos años se refiera a la sociedad
catalana de forma tan descalificadora y despreciativa y a la propia Catalunya
con tal menosprecio. Es prácticamente imposible que desconozca las
características y las capacidades de esa población y de ese país, es imposible
que sea tan ignorante, que no haya estado alguna vez allí en tantos años. Hay
que entender que los descalifica para ponernos a los demás ciudadanos en su
contra.
González hace que resulte incomprensible a
estas alturas defender en Catalunya a un PSOE que, empezando por el secretario
del PSC, respalda sus palabras. Y desde luego nadie que viva allí y que no esté
cegado por la ideología o la ira puede compartir tales disparates, aunque
cuesta ser ciudadanos libres y no súbditos engañados en medio de esta guerra
sucia. Las mentiras contra el rival pretenden despertar animadversión personal,
destruyen la democracia y son formas de la política autoritaria, que utiliza el
odio para conservar el poder.
González se muestra como alguien perdido en
la historia, o más bien en su historia, y tan desorientado que hace daño a ese
país al que dice querer servir. Le falta al respeto al mismo cargo que ejerció
y que invoca cuando ofende a una parte de la población a la que representó y
sobre la que gobernó, pero también nos ofende a los demás cuando nos toma por
tontos. Su propósito de hacer propaganda innoble y no de razonar es tan
evidente que no corresponde siquiera entrar a discutir el resto del
argumentario de su carta, es pura guerra ideológica contra una facción
contraria.
Es, por ello, lógico que ni siquiera se
moleste en situar un asunto de Estado tan complicado y delicado en su verdadero
contexto, en la dialéctica entre una parte de la ciudadanía catalana, que
excede con mucho a los nacionalistas, y los poderes económicos, políticos y
administrativos que detentan el Estado desde Madrid. Se puede estar de acuerdo
o no con una parte u otra en un conflicto que comienza con boicots y recogidas
de firmas anticatalanistas, que acabó con la sentencia del Constitucional por
un voto y que desencadenó la rabia casi unánime de los catalanes que vieron
como se cerraba cualquier camino a ser reconocidos como nación dentro de esta
España. Pero la consecuencia es la crisis de Estado a la que se ha llegado.
La utilización por parte de la derecha
española del nacionalismo españolista frente al nacionalismo catalanista,
acompañado en parte por el PSOE en distintos momentos, ha conducido a un camino
sin salida en el que el PP y el Estado se parecen mucho y en el que la máxima
institución jurídico política, el Tribunal Constitucional, no solo se ha
transformado en un instrumento puramente político sino que, además, está al
servicio de un partido.
González avisa a los catalanes, pero
también nos avisa a los demás: “Pueden
creerme. No conseguirán, rompiendo la legalidad, sentar a una mesa de
negociación a nadie que tenga el deber de respetarla y hacerla cumplir”. Se
refiere a los actuales gobernantes, Rajoy, Fernández Díaz y al candidato del PP
en Catalunya, García Albiol. Éste ya ha sacado la porra partidaria, es decir su
Tribunal Constitucional. Su advertencia es tan ominosa como clara: “La broma se ha terminado”. Y es que,
primero, hay que destruir la imagen del enemigo y, a continuación, se le golpea
y se le mete preso. Ahora van a por éstos, aguarden en sus casas que ya vendrán
por los demás.
Omitir, como hace González, esa cadena de
hechos anteriores y ese contexto para tratar de ese conflicto es engañar
descaradamente. Como lo es presentarse como valedor del reconocimiento político
de Catalunya dentro de España. Además de hemerotecas, algunas personas tenemos
algo de memoria y recordamos, por ejemplo, el 23F , lo que se pactó con los
golpistas y sus consecuencias. Cualquier relato de lo ocurrido en esos días que
omita que tras el golpe de Estado González y Guerra pactaron con la UCD de
Leopoldo Calvo Sotelo la reforma del reglamento del Congreso, para que el grupo
parlamentario del PSC se disolviera en el del PSOE, y que su Gobierno redactó
inmediatamente una ley para disolver políticamente la autonomía, la LOAPA, que
el propio Tribunal Constitucional de entonces declaró inconstitucional (aún no
era el de Rajoy y Albiol).
La maniobra de hace unos meses para formar
una coalición PP-PSOE no funcionó, la dirección actual será lo que sea pero vio
que suponía su inmolación inmediata y la del propio partido, pero los
entendimientos de hierro en torno de tres puntos, la Corona, el sistema de
poder económico vigente y la estructura del Estado controlado desde la corte es
evidente que existen.
Pero esos pactos de hierro no ocultan la
evidencia: el fracaso del Estado. Y, lo más profundo y de dimensión histórica,
el fracaso nacional español.
¿En qué momento comenzó esta crisis de
Estado, en la segunda legislatura de Aznar, con el boicot al cava, cuando Rajoy
comenzó a recoger firmas contra los catalanes, cuando Guerra sacó el cepillo,
cuando tres magistrados del Constitucional acudieron a fumarse un puro al ruedo
ibérico de la Maestranza sevillana, cuando Albiol entró en el Constitucional…?
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